Tarragona no ha dejado de ser Tarraco hasta el día de hoy. Y es que aquella ciudad, una de las capitales más importantes del Imperio Romano, conserva a día de hoy gran parte de los escenarios que la vieron brillar antaño y por los que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el 2000: el Pont del Diable, el anfiteatro romano, las murallas, la Torre de los Escipiones o una de las más desconocidas, la Cantera del Mèdol. Desde allí se trasladaban los grandes bloques de piedra hasta la ciudad por la Vía Augusta, un tramo de la cual ahora ocupa la AP-7.
Esta cantera, ubicada a ocho kilómetros de la ciudad, fue explotada por los romanos a base de pico y pala, extrayendo hasta 50.000 metros cúbicos de piedra calcárea del mioceno. Los colores dorados de la roca, en la que se pueden observar fósiles de crustáceos, se cubren con la vegetación, que hace evidente su gran interés ecológico gracias al microclima creado por la depresión del terreno – donde crecen plantas autóctonas protegidas y fauna singular – de una longitud de más de 200 metros, anchura de entre 10 y 40 metros en diferentes puntos.

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Uno de los datos más curiosos del lugar, que se puede visitar llegando desde la N-340 o desde el Área de Servicio del Mèdol de la AP-7, es que fue explotado mucho después del Imperio Romano, pues hay registros de su uso en la Edad Medieval, y que durante la II República llegó a utilizarse para celebrar conciertos y otras audiciones dirigidas por artistas de renombre, como Pau Casals, por su maravillosa acústica.
La cantera es de libre acceso. Quienes se acercan hasta ella pueden realizar un recorrido circular por su parte superior, parando en alguna de las cinco atalayas desde donde observar no solo el gran hueco que los romanos dejaron excavando en la roca, sino también la Aguja del Mèdol, una columna de piedra de 16 metros de altura que se erige firme en el centro de la cantera y que sirve como medida de la cota original.
Este monumento es uno de los menos conocidos del conjunto arquitectónico de Tarragona. De hecho, un incendio forestal en 2010 destapó una nueva zona de la cantera desconocida hasta entonces. A menos de una década de cumplir un siglo como Monumento Histórico-Artístico, este es, sin duda, uno de los secretos mejor guardados de la antigua Tarraco.
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