La catedral navarra con "orejas de burro"

Así definió el escritor Victor Hugo los anacrónicos campanarios de la Catedral de Pamplona.

Catedral

Víctor Hugo llegó a Pamplona un día de verano. En concreto, el 11 de agosto de 1843, tal y como reflejó en su libro de viajes Viaje a los Pirineos y a los Alpes. Lo hizo en diligencia y, pese a no identificar ningún monumento desde lo lejos, rápido quedó sorprendido por lo que halló paseando por su núcleo urbano. Las serendipias fueron positivas y negativas, siendo un edificio el objeto principal de sus descalificaciones. Se trata de la catedral de Santa María la Real. O, mejor dicho, de la fachada, que definió como "abominable". 

Para comprender mejor esta reacción, que otros pamplonicas de la época compartieron, hay que remontarse a finales del siglo XIV. Fue entonces cuando un fuerte terremoto debilitó el templo románico erigido un siglo y medio atrás. En la reconstrucción se proyectó una impresionante iglesia gótica, suntuosa y armoniosa, que sustituyó el templo original. Sin embargo, en este proceso se mantuvo la fachada románica que había sobrevivido al seísmo. Y así se mantuvo hasta finales del siglo XVIII, cuando el cabildo de la catedral encargó al arquitecto Ventura Rodríguez una nueva cara para el edificio. 

 

Dicho arquitecto plasmó en sus planos y en la realidad todos sus anhelos neoclásicos sin tener en cuenta la riqueza del templo. Una especie de máscara que ocultaba la espectacularidad de esta iglesia y que, más allá de la sobriedad de la misma, tenía otros errores clamorosos como la instalación de un reloj de sol en una urbe que cuenta con más de 300 días nubosos al año y que, además, estaba orientado hacia el oeste. El clamor en contra de esta fachada fue tal que nunca se llegó a terminar, quedando exenta de la decoración escultórica que Rodríguez había planeado. 

Este mismo rechazo fue el que Víctor Hugo sintió y al que le puso palabras. En concreto, definía el campanario así: "Si quiere imaginarse una de esas agujas, piense en cuatro sacacorchos que soportan una especie de pilón panzudo y turgente, que a su vez está coronado por uno de esos tiestos clásicos, vulgarmente llamados urnas y que tienen la pinta de haber nacido del matrimonio entre una ánfora y un botijo". También las apodó como "orejas de burro" por su desproporcionado tamaño, definiendo toda la fachada como algo "abominable" y concluyendo su perolata con una frase dilapidaria: "Qué feo es lo feo cuando tiene la pretensión de ser hermoso".

 

Catedral de Pamplona interior
Foto: Shutterstock

 

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Eso sí, esta animadversión solo se puede aplicar a su fachada. Por dentro, esta catedral es una de las más asombrosas del Camino de Santiago y de toda España. La magnificencia del gótico se manifiesta en su tamaño y en sus vidrieras mientras que en las capillas brillan altares de todas las épocas de una pulcritud sobresaliente. Todo ello se compagina con pórticos ejemplares, siendo especialmente notables las puertas del Amparo y la Puerta Preciosa, ambas en el claustro. Además, cuenta con una exposición en su interior, Orígenes, que enriquece la visita contextualizando las edades de la catedral y la cristianización de Navarra. 

Esta buena impronta es la que se llevó también el autor de Los Miserables, que definió el conjunto como "la iglesia que había soñado".