En el Antiguo Egipto, Nubia era Tai-Seiti, la «tierra de la gente del arco», de piel negra y difícil de subyugar por su destreza con él. Pero Seneferu, primer faraón de la dinastía IV, invadió esa región situada entre la primera y la sexta catarata del Nilo y se trajo 100.000 cautivos y 200.000 reses. En adelante, las dos poblaciones se fueron mezclando. Dos milenios más tarde, el reino nubio de Kush recuperó su independencia y la capital se estableció en Napata; en el siglo iii a.C. se trasladó a Meroe, unos 200 km al noreste de la actual Jartum.
Los nubios adoptaron costumbres de los egipcios, como la de enterrar a reyes, reinas y personajes ilustres en pirámides. Meroe cuenta con una cincuentena. Presentan dimensiones mucho más modestas que las egipcias (entre 6 y 30 m de altura) y una pendiente más acusada (72º). Todas sufrieron saqueos, pero los bajorrelieves indican que el fallecido era momificado, revestido de joyas y provisto de armas y enseres.
En 1834, Giuseppe Ferlini, un médico militar de Bolonia, demolió las más pequeñas y atacó las más grandes por la cúspide en busca de tesoros. En cuanto corrió la voz de que había hallado joyas en la pirámide de la reina Amanishajeto, huyó con ellas Nilo abajo. La mayoría de ellas se exhiben hoy en el Neues Museum de Berlín.