Estados Unidos y México; Israel y Palestina; España y Marruecos; o Corea del Norte y Corea del Sur son algunas de las fronteras más conocidas del mundo. Cruzarlas supone un esfuerzo titánico, y de conseguirlo, en muchos casos se corre el riesgo de ser encarcelado o deportado, o incluso algún desenlace más grave. Sin embargo, existen otras muchas que no son más que una línea en el suelo, una pequeña aduana, un cartel que lo describa, y a veces ni siquiera eso.
La de Baarle, una ciudad a caballo entre los Países Bajos y Bélgica, tiene el honor de poseer la frontera más complicada del planeta. Por el suelo corre sin sentido aparente una cenefa hecha de cruces, y a ambos lados unos carteles que anuncian a que país pertenece ese trozo de tierra. Si pone NL, el pueblo que estará visitando será Baarle-Nassau, territorio holandés. En caso de que sea una B, estará en Hertog, territorio belga. La línea divisoria es tan confusa y enrevesada que la ciudad cuenta con 24 enclaves, es decir, territorios de un país dentro de otro país.
El origen de esta división tan peculiar se remonta a la época medieval, y desde entonces, el pueblo no solo tiene dos patrias, sino que cuenta con dos ayuntamientos, dos estaciones de bomberos, dos cuarteles de policía, y así hasta llegar al absurdo de albergar encontrar casas y comercios situados justo en el lugar donde cruza la frontera. Las consecuencias, aunque graciosas para los visitantes, generan cientos de quebraderos para los ciudadanos que tienen que hacer frente a leyes administrativas, horarios comerciales o pagos de impuestos diferentes.
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