El viajero desprevenido que llegue a Cenicero, en La Rioja, podrá pensar que sufre de alguna alucinación. Parpadeará un rato extrañado, mirará a un lado y a otro, tal vez piense que se pasó con los vinos… Pero se dará cuenta que no, que no es una alucinación, que, ciertamente, lo que ven sus ojos es una Estatua de la Libertad. ¿Pero qué hace en un municipio riojano de Logroño?
Hay que remontarse a la guerra carlista para explicar por qué hay una Estatua de la Libertad en la plaza de Cenicero. En concreto, a la defensa de los cenicerenses entre el 21 y 22 de octubre de 1834 contra al ejército carlista comandado por el vengativo y fiero Tomás de Zumalacárregui, quien acudió a la localidad acompañado por su ejército de 5.000 hombre armados hasta los dientes para vengarse de que la Milicia Urbana hubiera retrasado sus planes de capturar un convoy militar.
Eran 5000 contra 70, pero ganaron los del pueblo, que se encerraron en la iglesia, donde resistieron a los tiros, amenazas y finalmente un incendio del que tuvieron que refugiarse en la torre y una triste barricada ante la puerta de la iglesia. Pasadas 26 horas, el ejército de Tomás de Zumalacárregui desistió del asalto en previsión de que les llegara más refuerzos a los de la Milicia Urbana. Dicen las crónicas que al abandonar el pueblo, dijo: "Bien merecen esos valientes ser premiados, si cosa mía fuera, no echaría en olvido su heroísmo".
Y no cayó en el olvido la hazaña heroica. En 1897 se acordó levantar un monumento a la memoria de los héroes, para lo cual encargaron una estatua de la Libertad a Niceto Cárcamo, natural de Briones. Costó unas 700 pesetas. Se colocó en la actual Plaza del Doctor San Martín y allí estuvo hasta que en 1936 volvieron los carlistas a Cenicero con Franco. Cuando vieron la estatua la enviaron directamente a la cárcel… No fue hasta 1976 que la Estatua de la Libertad de Cenicero volvió a su pedestal. Ahí sigue, en recuerdo de los héroes y de que es imposible meter entre rejas la memoria de un pueblo.