
A lomos de un impala blanco, Arturo Belano y Ulises Lima recorrieron el polvoriento asfalto de aquel desierto inventado. Ficticio porque Roberto Bolaño, el escritor chileno que dio a luz a los detectives salvajes, jamás puso un pie en el desierto de Sonora, México. Aún así, se trata de una de las mejores, sino la mejor, representación de uno de los puntos más calurosos de la tierra. En esa mezcla de arena tan típicamente desértica, se encuentran también los típicos cactus mexicanos y un sinfín de criaturas como el escorpión o el correcaminos.
¿Pero cómo una novela ficticia se puede convertir casi en una guía de viajes a través del desierto? La respuesta se encuentra en otro invento, esta vez, obra de Julio Montané, un chileno aficionado a la cartografía que escribió un atlas sobre el desierto de Sonora a base de apuntes, dibujos y documentos. Nada científico, nada exacto. Sin embargo, la creatividad de ambos y la magia de un lugar tan inhóspito convirtieron en real algo imaginado.
Más ubicaciones exactas.