Para San Juan los campos de lavanda dan lo mejor de sí con una explosión de color en el paisaje de la Provenza. Conocía bien el efecto cromático de la lavanda el marqués de Sade, quien tenía en el Château de Lacoste su mejor refugio cuando las cosas no le iban demasiado bien en el convulso París de su época. El de Lacoste era el castillo familiar, por el que tenía más apego. Hoy es propiedad de Pierre Cardin quien pidió consolidar las ruinas y restaurar dos plantas. De algún modo, se trata de una arquitectura que expresa decadencia controlada.
Olvido o memoria
“La fosa, una vez recubierta, será sembrada, para que después, al encontrarse el terreno de la citada fosa guarnecido, de nuevo y el bosque cubierto como lo estaba antes, las huellas de mi tumba desaparezcan de encima de la superficie de la tierra cama [...]”, esto es lo que decía el testamento del Marqués de Sade. Pero la posteridad no le ha tratado bien: hoy una silueta suya enmarca la puerta de entrada como memoria imborrable sobre las piedras del castillo.

Foto: José Alejandro Adamuz
Su testamento seguía: “[...] como espero que mi recuerdo se borre igualmente de la memoria de los hombres, excepto de los pocos que me han continuado amando hasta el último momento de mi existencia, de los cuales me llevaré a la tumba un recuerdo muy dulce”. Lo continuó amando, aunque mucho después de muerto, el teórico George Bataille, para quien el Marqués de Sade representaba el mal en las letras. Para Apollinaire era el hombre más libre. El artista Man Ray también lo persiguió y vino a Lacoste e hizo algunas fotografías cuyos negativos se encuentran hoy en día en el archivo del Centre Pompidou de París.
Se antoja extraño vincular la oscuridad de Sade con la luz pictórica de la lavanda, pero hasta un libertino excelso como él debió necesitar descansar algunos momentos de tanta carnalidad. Situado entre Bonnieux y Gordes, el Château de Lacoste es una de las joyas monumentales del Luberon. Se puede visitar de junio a septiembre si se quiere rendir homenaje al célebre marqués, pero vale la pena pasarse igualmente aunque el viajero no sea de costumbres tan libertinas como las suyas solo por disfrutar de las vistas que brindan la explanada de acceso al castillo sobre el pueblo y los bellos campos de Lavanda de la Provence.