Hawa Mahal, o el Palacio de los Vientos, existe por capricho y machismo. La muerte de su padre obligó a Jai Singh II, un niño de 11 años, a convertirse en maharajá. Era rey y eso significaba gobernar, decidir que se podía hacer y que no, definir que estaba bien y que mal. Sin embargo, la presión no le afectó en absoluto y lo primero que hizo el rey niño fue fundar una ciudad, Jaipur: la capital del estado de Rajasthan, al norte de la India.
Una vez creada, hacía falta llenarla de casas, parques, servicios y todo lo necesario para que una ciudad funcione. Así que Jai Singh II comenzó a trazar con escuadra y cartabón líneas rectas formando rectángulos que se transformarían en barrios perfectos, cada uno destinado a un oficio. También construyó observatorios astronómicos y algunas maravillas arquitectónicas como el aljibe de Chand Baori, las famosas escaleras simétricas. Pero un imperio no es nada sin un palacio real, así que mando a construir uno que estuviera a la altura del resto. Allí permanece aún el Hawa Mahal, un palacio anexo donde un harén de mujeres se reunía para observar el ajetreo de la ciudad a través de alguna de las más de 900 ventanas diminutas. De aquel claustro para princesas que no podían ser vistas queda únicamente la fachada, al igual que el imperio del rey niño.
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