Ocurre que cuando se busca Llívia en Google Maps: aparece delimitado completamente por la línea que se suele utilizar para marcar las fronteras políticas, como si fuera una isla más que un municipio. El resultado de la búsqueda es muy ilustrativo de la especial idiosincrasia de este enclave que siendo español está rodeado por territorio francés. Algo que lo convierte en uno de los pueblos más curiosos de España.
En mitad de los Pirineos y a 1.223 metros de altura, el municipio quedó aislado del resto del territorio español a raíz del Tratado de los Pirineos de 1659, y del Tratado de Llivia (12 de noviembre de 1660), y así lleva desde entonces.
El Tratado de los Pirineos de 1659 puso fin al conflicto iniciado durante la Guerra de los Treinta Años, en virtud del cual España entregó a Francia los 33 pueblos de esta comarca oriental de la Cerdaña. Si Llívia quedó fuera del tratado fue porque ostentaba el título de villa, un privilegio concedido por el emperador Carlos V, por lo que continuó bajo el dominio de la Corona española a la vez que se convirtió en un ejemplo geográfico de lo importante que es leerse la letra pequeña de todos los contratos.
Más allá del encanto de estar en una especie de excepción geográfica, Llívia tiene los encantos acostumbrados de esta parte de La Cerdanya. Su ubicación geográfica permite disfrutar de la naturaleza, con varias decenas de estaciones de esquí que se encuentran a pocos kilómetros e infinidad de rutas senderistas. Destaca en el patrimonio de la villa la farmacia de Llívia, documentada desde el año 1594 y considerada como una de las más antiguas de Europa, la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, la Torre de Bernat de So y el museo municipal.