Al final de su vida de pecador, ya canoso y decrépito, el narrador de El nombre de la rosa aguarda el momento de perderse en el abismo “sin fondo de la divinidad desierta y silenciosa”, en una celda de la abadía de su querida abadía de Melk. Atrás quedan los emocionantes días en los que, como discípulo del sagaz franciscano Guillermo de Baskerville, hizo de detective medieval en una abadía benedictina ubicada en la Italia septentrional de cuyo nombre nada se sabe.
Umberto Eco quiso jugar con la autoría también laberíntica del texto de su novela, explicando que la procedencia del manuscrito original se debía a un tal Adso de Melk, quien escribió a su vez sus memorias en la biblioteca de la abadía de Melk. Era el tributo del italiano a una de las joyas más monumentales del valle de Wachau, (Baja Austria), declarado, por su historia y su belleza, patrimonio mundial de la Unesco.

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La abadía de Melk aparece teatralmente, como elevándose hacia el cielo pese a sus dimensiones, sobre un promontorio esculpido en el tiempo por el Danubio. En él llega a reflejarse como si fuera eterna. Probablemente, es uno de los únicos lugares a lo largo de todo el Danubio en el que el río pasa a segundo plano. El impresionante aspecto barroco que llama tanto la atención se debe a Jakob Prandtauer, quien dirigió la reforma definitiva de la abadía entre 1702 y 1736. Solo el ala sur con la Sala de Mármol ya tiene una longitud de 240 metros, algo que da idea de la magnitud del edificio.
Destacan las habitaciones imperiales (por aquí pasó Napoleón Bonaparte); la iglesia de la abadía, con frescos de Johann Michael Rottmayr; los jardines de gran belleza; y, cómo no, su famosa biblioteca de luz escénica, cuyos anaqueles de madera llegan hasta el techo prodigiosamente decorado con frescos de Paul Troger.
Mientras muchas otras abadías austríacas desaparecían, esta otra se salvó del colapso del Sacro Imperio Romano Germánico con Francisco II gracias a su fama académica. No en vano, la abadía de Melk siempre fue un faro de conocimientos, llegando a alcanzar su biblioteca algo más de 100.000 volúmenes, entre ellos algunos manuscritos medievales excepcionales y raros. En 2019, un investigador encontró una antigua obra erótica de la que no se sabía nada, datada alrededor del año 1300. Quién sabe, tal vez la escribiera aquel Adso de Melk inspirado por algún episodio carnal vivido durante la investigación de la serie de muertes ocurridas en el invierno de 1327 en la abadía benedictina italiana.