
Una pequeña galaxia de 21 islas paradisíacas conforma el archipiélago brasileño de Fernando de Noronha. Geográficamente es peculiar, ya que se considera el lugar de Sudamérica que está más cerca de África, a menos de 2000 kilómetros de Guinea. Su superficie es unas 13 veces la de Mónaco, suficiente para albergar algunas de las playas más espectaculares, e inaccesibles, de todo Brasil. Pero lo más sorprendente de Fernando de Noronha es que hace casi dos décadas que no nace nadie. Sólo hay una reciente excepción.
Sucedió hace ahora dieciséis años: una mujer dio a luz a una niña y se convirtió en una noticia internacional. Según el testimonio que recogieron diferentes medios, la mujer aseguraba que ella no sabía que estaba en cinta. Que “vi algo que me bajaba entre las piernas”, cuando pidió ayuda a su marido, quien recogió a la bebé con sus propias manos. Hasta aquí la anécdota, casi más propia del realismo mágico de Gabriel García Márquez que de la realidad. ¿Pero por qué se suele decir que en Fernando de Noronha está prohibido nacer?
Legalmente no hay ninguna prohibición. Así que la buena mujer, que prefirió quedar en el anonimato, y su sorprendido marido, no quebrantaron ninguna ley. La clave es más una cuestión práctica: desde principios de este siglo, se cerró la única maternidad que había disponible. Parece ser que no se podía mantener el alto coste de mantenerla abierta para la escasa tasa de natalidad del lugar, donde viven cerca de tres mil personas. Por eso, a partir de la semana 34 de gestación, todas las mujeres deben dirigirse al continente (a Natal, a 365 kilómetros) para poder seguir con garantías médicas con su embarazo.