El archipiélago de Malta siempre ha resultado un tanto complejo de ubicar, sobre todo por su pequeño tamaño y por estar encajado entre Italia y el norte de África. Además, el hecho de estar abrazada por otras posesiones insulares transalpinas como es el caso de Lampedusa o de Pantelleria ha hecho que al país le cueste ser un hito geográfico. Pero ahí está, y tiene sus propias peculiaridades más allá de sus encantos artísticos. Una de ellas es la de su isla más meridional, Filfla, un trozo de tierra que, por diversas razones, ha permanecido o despoblada o maldita.
El primer tabú de la misma tiene su origen en la Prehistoria, cuando estaba considerada como un territorio sagrado. Su fama dio justo la vuelta en la Edad Media, cuando la leyenda ubica la historia de un caserío donde sucedían cosas indecentes, una actitud castigada por Dios, quien, según la creencia popular, lanzó esta construcción al mar. Una capilla que data del siglo XIV y que se destruyó quinientos años después da fe de que la isla estuvo medianamente poblada en esa época mientras que con el dominio inglés, Filfla fue usada como campo de tiro. En resumen, un historial que hoy se puede conocer gracias a pequeñas excursiones a la isla con las que disfrutar de su condición actual como reserva de aves marinas.