
Esta isla tiene por nombre decepción. Un apelativo a priori desolador para una isla, aunque realmente se trata de un fallo de traducción pues el significado real es ‘engaño’. A pesar de las confusiones lingüísticas, ambos nombres son idóneos para la ocasión. La decepción y el engaño son dos sensaciones que se pueden experimentar al descubrir que este pedazo de tierra antártica no es realmente una isla, sino una bahía.
La primera persona que se dio cuenta fue Nathan Palmer, un cazador de focas de principios de siglo XIX que documentó la existencia de un gran volcán con forma de herradura y fue tan grande la desilusión que decidió bautizarla de tal manera que los próximos visitantes que se acercaran, lo hicieran con recelo. En la actualidad, el turismo de masas también ha llegado a este remoto lugar y el nombre importa poco, pues este paraje natural deja a la vista maravillas polares dignas de visitar, aunque eso esté afectando gravemente al frágil ecosistema glaciar.
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