Aunque el comité de Patrimonio de la Humanidad se reunió, por primera vez, en 1977, no fue hasta un año después cuando se designaron los primeros grandes monumentos y espacios naturales que merecían este reconocimiento por su valor universal. En la cita de 1978, celebrada en Estados Unidos, solo siete naciones (EE.UU., Ecuador, Senegal, Polonia, Canadá, Etiopía y Alemania) lograron inscribir sus bienes, entre los que destaca el estado germano, que seleccionó la catedral de Aachen (Aquisgrán).

La clave de su singularidad es la capilla palatina (siglo VIII y IX), una estancia de planta octogonal que es pura simbología. Este espacio, que acoge la tumba de Carlomagno, es un ejemplo de la arquitectura religiosa de un continente que se estaba reordenando tras la caída del imperio romano.