Sobre el cielo de Tahití brillaban cinco lunas que tenían rostro hu-mano y si alguien las miraba fijamente se volvía loco. Enojado, el dios Taaroa las hizo temblar, lo que provocó temblores de tierra, hasta que cayeron al agua. Así se formaron las cinco islas al oeste de Tahití: Moorea, Maiao, Huahine, Raiatea-Tahaa y Bora Bora.
Eso narra la mitología polinesia.Los geólogos dicen que Bora Bora («primera nacida») se gestó conforme un antiguo volcán empezó a hundirse lentamente en el mar, mientras un arrecife de coral se encaramaba por sus laderas hasta aflorar del agua y crear una laguna interior. Como si fuera un gran dique –o un collar que engarza las perlas de los motu, islotes coralinos–, el arrecife cierra la magnífica laguna que rodea la isla volcánica de Bora Bora, coronada por el pitón de lava del monte Otemanu (727 m).
Durante la Segunda Guerra Mundial, el ejército norteamericano abrió un paso en el arrecife con explosivos para que sus buques pudieran penetrar y guarecerse en la laguna de Bora Bora. Por él acceden también hoy los barcos que abastecen esta pequeña isla de 30 km2 y 9000 habitantes.
La laguna de Bora Bora, con su exquisita calma y transparencia, es un paraíso acuático. Hay embarcaciones que recorren a lo largo del día sus enclaves singulares, desde los que se contempla, con el agua por la cintura, el desfile de peces payaso, loro, mariposa, damiselas o napoleones, además de tortugas, mantarrayas y tiburones limón y punta negra, que en esta zona resultan inofensivos.