Asun Luján
Periodista redactora de Viajes National Geographic

En la costa del sudoeste de Irlanda sobrecoge el paisaje salvaje y evocador de los acantilados de Moher. El viento, las mareas y las tormentas llevan siglos azotando estos farallones del condado de Clare, creando oquedades donde anidan las aves marinas y esculturas pardas que se precipitan al Atlántico. Los acantilados forman una muralla cárstica que se extiende a lo largo de ocho kilómetros. La puerta para contemplarlos es el pueblo de Doolin, base idónea por sus tradicionales bed & breakfast y pubs. Desde allí se puede seguir un sendero que los recorre de extremo a extremo y lleva hasta la torre de O'Brien, una atalaya circular construida como mirador en 1835 y que corona la parte más elevada de Moher, a 215 metros sobre el mar.
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