La arena cubre cada rincón de Yueyaquan, un pequeño oasis en el norte de China. Con una superficie de 1.295.000 kilómetros cuadrados, el desierto del Gobi es considerado el quinto mayor del mundo. Ante un terreno tan áspero, cuatro árboles y un pequeño lago se convierten en esquirlas de vida en medio de tanta desolación. Eso debieron pensar los comerciantes que antaño partían desde Asia hasta Europa para vender uno de los productos más preciados de la época, la seda.
Un gigante de arena se alza sobre el oasis protegiéndole ante cualquier peligro que intente acecharle. En ese reducto fértil, una pagoda recibe hoy a miles de feligreses y turistas. Desde el balcón, una alfombra vegetal dirige la vista hasta el gran atractivo del lugar, un lago en forma de media luna que lleva sobreviviendo más de 2.000 años, en parte, gracias a los programas llevados a cabo para preservarlo y evitar su desaparición.
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