No, ni todo modernismo catalán se acaba en la Sagrada Familia, ni Gaudí fue el único que plantó joyas arquitectónicas en los primeros años del siglo XX en Barcelona. Otra de las máximas referencias en la ciudad es Lluís Domènech i Montaner, responsable de una belleza tan absoluta como el Palau de la Música Catalana, un templo para melómanos y para amantes de la arquitectura.
El edificio esquinero, entre las calles San Pedro y de Amadeu Vives, en el Barrio Gótic de Barcelona. Justo en el ángulo, destaca como si fuera el mascarón de proa de un barco una escultura de Miquel Blay. Construido entre 1905 y 1908, es una obra de arte que condensa algunos de los rasgos más característicos del modernismo catalán. Su máxima apoteosis la logra en la sala de conciertos con capacidad para 2.000 espectadores. La decoración en el interior es tan exuberante que sumada a la música lleva la experiencia musical a cotas sublimes. Máximo protagonismo en su deslumbrante cúpula, con la vidriera multicolor invertida que es símbolo ella misma de todo el edificio.
El Palau de la Música Catalana es Patrimonio de la Humanidad desde 1997 junto a otra formidable obra de Lluís Domènech i Montaner, el Hospital de Sant Pau. Dos ejemplos del modernismo catalán más suntuoso y brillante que demuestran que hay vida arquitectónica más allá de Gaudí.