
Pocos elementos tan simples como el adobe son capaces de perdurar tanto en el tiempo. Entre Zagora y Agdz, en el Valle del Draa (Marruecos), la mezcla de arcilla, estiércol y paja se transforma en un poblado, pensado en el siglo XVIII como una fortaleza. La vida transcurre a través de los pequeños callejones donde el sol no consigue entrar y la brisa se cuela suavemente dando un respiro. Sin embargo, en lo alto de las Kasbah (construcciones de origen bereber), por lo general vacías y desprovistas de cualquier tipo de ornamentación, emerge un pequeño oasis azul celeste. El agua brilla con una intensidad fuera de lo normal, se trata de la piscina de un hotel que rompe con la estética del lugar.
Desde ella, se pueden apreciar las vistas a los palmerales que al igual que la piscina no responden al patrón del desierto. El verde se apodera del terreno como si se tratara de una pequeña isla entre tanta aridez.
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