Hasta que la detective Amaia Salazar comenzó a investigar una serie de asesinatos misteriosos en el Valle del Baztán, en el oeste de la cordillera Pirenaica, la villa de Elizondo era un punto más en el mapa de Navarra, la gran desconocida. Desde entonces, tanto los amantes de la literatura noir como del turismo rural llegan hasta la bella capital del valle ataviados con alguno de los libros de Dolores Redondo bajo el brazo.
“Los grandes robles, las hayas y los castaños cubren las laderas de las montañas, que, salpicadas de otras especies, las llenan de tonalidades, formas y contrastes.” Rescatando esta frase de El Guardián Invisible, el primero de la trilogía, uno se puede hacer una idea de la belleza de los paisajes que rodean Elizondo. Atravesado por el Bidasoa, a ambas orillas se ciñen grandes casonas de muros blancos y sillares rojizos y tejados a dos aguas que coronan los blasones con las armas del valle. A estos se le suman otros edificios históricos descritos en la novela como el Bar Txocoto, la Chocolatería Malkorra Gozotegia, la comisaría, la iglesia o el cementerio donde ocurre gran parte de la trama.
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