El que es considerado como uno de los pueblos más pequeños de España, también es uno de los más bellos. Durante milenios, los ríos Fluvià y Toronell erosionaron la roca de esta parte de la Garrotxa (Cataluña) hasta crear un enorme riscal basáltico de cincuenta metros de altura y más de un kilómetros de longitud, y en su cresta se dibuja la silueta del pueblo de Castellfollit de la roca. Allí, las casas hechas con piedra volcánica desafían el límite del precipicio para terminar con la Iglesia de San Salvador al final del mirador, como si de un mascarón de proa se tratara.
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