Buen provecho

El 'pueblo de la sopa' que resiste en la futura capital cultural europea

Durante siglos, esta zona ha resistido a los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, la ocupación soviética y, ahora, la gentrificación moderna.

Ubex Supilinn

Un conjunto de viviendas de madera de colores es la carta de presentación del distrito de Supilinn, en la localidad de Tartu (Estonia). A pesar de haber nacido como un suburbio, durante cientos de años se ha ido transformando hasta ser una de las áreas residenciales más deseables en la actualidad. Una de las grandes curiosidades de este barrio, el más pequeño de la ciudad, es el nombre de sus calles, algo que puede dejar entrever su nombre, que en estonio significa “pueblo de la sopa”.

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Esto se debe a que sus pequeños pasajes reciben nombres como Kartuli tänav (calle de la patata), Herne tänav (calle del guisante), Meloni tänav (calle del melón), Oa tänav (calle de la alubia) o Marja tänav (calle de la baya). ¿La razón? Este barrio histórico, uno de los pocos que aún se conservan en Europa, nació en el siglo XIX gracias a la fábrica de cerveza A. Le Coq, ubicada en la orilla del río Emajõgi.

La necesidad de mano de obra, sumada al bajo precio de las tierras empantanadas dieron como resultado un laberinto de casas de madera. La gran cantidad de suelos fértiles que había dejado el río al descender se convirtieron en huertas donde se plantaban este tipo de alimentos, lo que inspiró a los vecinos a nombrar así a sus calles.

Supilinn
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Más tarde, cuando Tartu se convirtió en la ciudad universitaria de Estonia, los estudiantes pobres se ubicaron también en Supilinn, lo que hizo que el lugar tomara un aire bohemio. Tras el paso de la Segunda Guerra Mundial, de cuyos bombardeos se salvó en gran medida, su idiosincrasia cambió, pero supo aguantar en pie los peligros de la gentrificación.

Supilinn ha conservado su autenticidad suburbanadurante siglos a pesar de los planes de demolición y renovación que intentaron llevarse a cabo durante la ocupación soviética. Por suerte, no se contaba con los fondos suficientes para ello, con lo cual ahora sus habitantes no solo tienen su propia bandera, un periódico del barrio y un premio a la casa mejor renovada del lugar, sino que también organizan una gran fiesta anual y comparten un gran espíritu de comunidad, tratando de reforzar la identidad histórica de Supilinn.