Al pasear por las calles adoquinadas de Guatapé, una explosión de color acompaña al visitante en cada paso. Las casas se suceden con colores vibrantes en sus paredes y con relieves en los zócalos. Se cuenta que hace un siglo, un vecino calcó unos corderos del altar de la iglesia y los moldeó en la parte inferior de la fachada de su casa. Un elemento decorativo que se convirtió en una tradición para los habitantes de este pueblo colombiano. Desde allí y tras apreciar el legado cultural del pueblo, uno puede acercarse al Peñol de Guatapé y al embalse homónimo.
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