Los problemas de salud llevaron al rey Jorge IV de Inglaterra a visitar Brighton en 1783. Desde entonces, la localidad situada en la costa sur de la isla, se convirtió en el destino preferido de la realeza y la burguesía británica. Poco a poco, la ciudad fue acostumbrándose al nuevo público y muestra de ello son las grandes construcciones que tuvieron lugar durante el siglo XIX. Ahí está el mítico Brighton Pier o el acuario gótico “Sea Life”, el segundo más antiguo del mundo.
Pero sin duda, la pieza más singular de la colección se encuentra en el centro de la ciudad. Se trata del Royal Pavilion, el palacete que al igual que el Taj Mahal se mandó construir por amor, aunque en este caso era un amor prohibido entre el rey Jorge IV y una de sus amantes. Tanto su estilo exótico como su céntrica localización no lograron convencer a los siguientes monarcas, sobre todo a la Reina Victoria, que finalmente decidió venderlo a la propia ciudad en 1849. Desde ese momento, el edificio tuvo diferentes usos, desde convertirse en uno de los auditorios más grandes de Europa, utilizarse como centro de convenciones, ferias y espectáculos, hasta servir como hospital durante la Segunda Guerra Mundial. En la actualidad, es la sede del Museo de Bellas Artes.
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