
Durante ocho siglos, la complicada geografía ha mantenido en secreto esta joya islámica, protegiéndola de posibles invasiones que amenazasen con derribarla. Pero es ese mismo terreno escarpado el responsable de su futura destrucción. Allí, en uno de los valles de la cordillera de Hindú Kush, en Afganistán, se encuentra el minarete de Jam, el único símbolo que queda en pie de la mítica ciudad gurisa de Firozkoh. Adjunto a él, se presupone que había una mezquita, pero una de las crecidas del río Hari la borró del mapa. A su lado también se encontraba la residencia de verano de los emperadores de Ghurid, aunque como el resto de las construcciones, desaparecieron sin dejar el menor rastro.
Todas ellas se construyeron entre el siglo XII y XIII. En el momento de su construcción, el minarete de Jam fue la torre de ladrillo más alta del mundo, un récord que ostentaría hasta el siglo XX con la construcción de Qutub Minar en Delhi. Una larga escalera en espiral alcanza la cúspide, desde donde se ve ambos cauces del río bordeando el minarete y las montañas arropándolo en forma de uve. Aunque está declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, las tareas de conservación son escasas y el minarete de Jam amenaza cada año con venirse abajo. De hecho, las crecidas del río y la fragilidad de la estructura han ido haciendo que la torre se vaya inclinando cada vez más pareciéndose a la torre de Pisa.
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