Javier Sánchez

A varios metros bajo tierra, en lo alto de la bóveda rocosa de Waitomo (Nueva Zelanda), miles de estrellas iluminan las entrañas de la cueva y pintan las aguas subterráneas de un azul intenso, casi eléctrico. Las responsables de esta particular Vía Láctea son las ‘Glowworm’, un tipo de larva bioluminiscente del tamaño de una cabeza de alfiler. Estos diminutos insectos generan luz propia para atraer a sus presas y cuanta más hambre, más fuerte brillará. Sin embargo, son increíblemente asustadizos y al más mínimo ruido se apagan por completo dejando al lugar en la más absoluta oscuridad durante varias horas.
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